El interés por el estudio de los vestigios materiales de las sociedades del pasado constituye el quehacer de la arqueología, aunque éste requiere de otras disciplinas como la antropología física que analiza los restos óseos para conocer la identidad biológica de los individuos, así como los factores que influyeron en su desarrollo dentro de la sociedad. No obstante, la arqueología no se limita a investigar respecto a las sociedades prehispánicas, sino que también se avoca a la tarea de analizar los vestigios materiales que se produjeron ayer, por lo que en ocasiones se requiere su intervención en asentamientos modernos.
La Procuraduría General de Justicia del Estado de Yucatán, en abril de 1996, solicitó al Centro INAH Yucatán su intervención a raíz de una denuncia presentada por vecinos de Uaymitún en relación con la aparición de unas osamentas, las cuales, se pensó, podrían corresponder a homicidios recientes, aunque posteriormente se comprobó lo contrario.
Los restos fueron recuperados en el patio de una casa veraniega, propiedad de la familia Patrón Fonseca ubicada en la manzana 27 entre las calles Sulmi y Esquiper1, en Uaymitún2, Yuc., a 10 km aproximadamente del puerto de Chicxulub rumbo o Telchac (ver plano No. 1).
Al iniciar las excavaciones nos planteamos los siguientes objetivos: determinar la temporalidad de los sujetos, su probable filiación biológica y las posibles causas de su muerte.
La vegetación del sitio es de duna costera y manglar. La franja costera está compuesta por un cordón arenoso, cuya formación se debió principalmente a la acumulación, teniendo en algunas partes hasta un kilómetro de ancho que se separa de la tierra firme por una ciénaga (Enciclopedia Yucatanense 1977, tomo 1:31). El suelo está constituido por arena calcárea de grano grueso de color amarillento que retiene la humedad
La ausencia de vegetación en la arena facilita que se transfiera tierra adentro, formando montículos que se conocen como “dunas móviles”. Cuando las dunas se cubren de flora, las raíces fijan la arena y se deposita materia orgánica, iniciando la acumulación del suelo. Este ecosistema es muy extremoso ya que combina poca precipitación y altas temperaturas. En este clima se desarrollan plantas xerófitas y halófitas, así como selva baja caducifolia espinosa (Flores y Espejel, 1994:22), la cual se encuentra a lo largo de toda la costa. La vegetación que logra colonizar estas zonas se caracteriza por ser halófita, de hojas crasas, hierbas rastreras y arbustos muy ramificados; sus límites son el mar y el manglar (Flores y Espejel, 1994:46).
Plano 1. Rescate arqueológico en Uaymitún, Yucatán. Localización
El manglar se distribuye en la Península de Yucatán a lo largo del litoral, presentando algunas diferencias en su estructura, pero no en su composición, dependiendo de la zona que ocupe. El manglar constituye una comunidad de arbustos o árboles que bordean los esteros o bien cubren amplias zonas pantanosas con especies de hidrófilas tolerantes a la salinidad del agua y a la brisa marina (Flores y Espejel, 1994: 51-52). Cabe mencionar que este conjunto de factores es lo que permitió que los restos óseos se hayan recuperado en buen estado de preservación.
Antecedentes históricos
Las primeras noticias que tenemos con respecto al sitio de Uaymitún, fueron obtenidas a través de un plano de la Península de Yucatán realizado por Pablo Celarain en el año de 1841 donde aparece con el nombre de “Guaymitun”3.
Para estos años probablemente fue un rancho pesquero y salinero. Años más tarde, entre 1878 y 1881, creció hasta llegar a ser un poblado lo suficientemente grande para ser oficialmente incluido en el municipio de Progreso (Rodríguez 1989, tomo II:163). Con base en documentos hallados en el Archivo Notarial del Estado, sabemos que en 1902, el rancho Uaymitún se hallaba ubicado al oriente del puerto de Progreso a una distancia de 12 km 570 mt. La extensión del rancho era de “…6 has, 91 áreas y 68 centiáreas…” (A.N.Y. 1902, f. 1114). Sin embargo, Uaymitún contaba con terrenos baldíos salinosos anexos concesionados por el gobierno para la explotación de sal, como son los denominados Ixtulix y Chunchacah, el primero de los cuales tenía una extensión de 33,610 varas cuadradas (23,483.307 m=) y el segundo es de 7,542 varas cuadradas (5,269.59 m=) (A.N.Y. 1906, f. 1912). Es probable que para esa época se hayan sembrado extensos cocales para la producción de copra, así como la explotación de madera del mangle que requirió mayor número de trabajadores. Hasta los años sesentas aún se continuaba con esta industria.
Sabemos que numerosos ranchos en la costa durante el siglo XIX utilizaban la madera del mangle como leña (Mollet 1994:86), ya que una de sus ventajas era la mayor duración en la combustión. En los sitios salineros también se utilizaba el mangle en forma de estacas para delimitar las charcas para que no penetrara el lodo con las lluvias (González 1979:435). Sin embargo, todo parece indicar que el mayor uso que se le dio a la madera del mangle fue como carbón, tanto para actividades domésticas como para la maquinaria que se utilizaba en los procesos productivos de algunas haciendas y ranchos de la costa.
Basándonos en la información histórica, inferimos que las condiciones de vida en que se hallaban los peones de la costa que explotaban la madera de mangle, la sal o la copra eran similares a las de los peones en fincas, ranchos o haciendas para finales del siglo XIX y principios del XX. Los hacendados y comerciantes eran también propietarios de las salinas (Serrano Catzín, 1995:116), por lo cual, cuando sus trabajadores no estaban realizando labores de corte o limpieza en haciendas henequeneras, se les trasladaba a la costa, ya que en la explotación salinera se requería de una gran fuerza de trabajo, aunque ésta era una actividad eventual (Serrano Catzín, 1995:117).
Un testimonio de esta situación es reportado por González (1979:434) quien a través de historias de vida, nos da una clara idea de las condiciones en las que los peones eran trasladados de las haciendas henequeneras a la costa.
…La Sra. Ortega recuerda que… cuando tuve 12 años (1927) los meses de sol nos llevan a las salinas hacíamos allá hasta 5 ó 6 meses. Las salinas estaban en Xtampú, que fue de don Juan de la Rosa… allá había un galerón grande ahí estábamos todos los trabajadores… ahí nos llevaban a cortar… el lodo de los charcos para botas atrás… íbamos al monte a cortar la madera, y esa que se llama mangle, para hacer las estacas… eso lo hacíamos mi papá, mi mamá, hasta los más chicos…
Metodología
El rescate arqueológico comprendió un período de dos semanas (del 15 al 26 de abril de 1996). En primera instancia se procedió a reticular el área por medio de cuadros de 2 m por 2 m haciendo un total de 10 m de largo por 6 m de ancho, aunque debido a las necesidades de la investigación, para obtener una muestra, se amplió esta área hasta tener un total de 160 m2. Por medio de capas métricas de 20 cm. cada una, se llevó el control de los materiales arqueológicos, aunque posteriormente el terreno permitió seguir estratos naturales. El material fue controlado por cuadros y capas.
Se procedió a excavar cuadros alternados con el propósito de conocer en qué parte de la cuadrícula se presentaba la mayor concentración de osamentas y en el caso de que éstas invadieran un cuadro no contemplado para excavar, se efectuaría su liberación con el fin de obtener una mejor información en la distribución de los entierros (ver plano 2). Los entierros se encontraron a profundidades variables entre 20 cm. y 60 cm. de la superficie, estando la mayor concentración de entierros a 60 cm.
La retícula proyectada presenta cuatro cortes, dos de ellos tienen un eje Norte-Sur (A-A’ y B-B’) y los otros dos Este-Oeste (C-C’ y D-D’) a fin de poder interpretar los niveles de profundidad de los entierros (ver plano 3). Sólo en los cuadros 2A y 5E se excavó hasta el nivel freático con el propósito de conocer cuáles eran los entierros más profundos. El cuadro 2A tuvo una profundidad de 1.70 m, mientras que el 5E se ubicó a 2 m de la superficie actual del terreno.
Aspecto de las diferentes profundidades en que fueron hallados los entierros
(Archivo del Diario deYucatán).
Plano 2 Planta de entierros
Plano 3. Cortes estratigráficos.
En este estudio los restos hallados corresponden a un total de 23 individuos, entre infantes y adultos de uno y otro sexo, depositados de manera directa en fosas hechas en la arena a pocos centímetros de la superficie. Sin embargo, el hecho de que esta parte de la costa haya sido un área de dunas, nos hace suponer que los entierros fueron inhumados inicialmente entre 2 y 2.5 metros de profundidad.
Los criterios metodológicos utilizados en la determinación del sexo en individuos adultos fueron principalmente los parámetros para la pelvis y el cráneo (Krogman e Iscan, 1986; Ferembach y otros, 1979). En cuanto a la asignación de la edad biológica se emplearon diferentes criterios según la fase de crecimiento, así, en los esqueletos que corresponden a individuos de la primera infancia se utilizaron las medidas y datos propuesto por Kósa (1989). Para los sujetos infantiles se determinó con base en las tablas de desarrollo y brote dental (Ubelaker, 1989); en la aparición de los centros de osificación (Ubelaker, 1989ª), así como en los parámetros de Ferembach (1979). Para los sujetos adolescentes se empleó la edad de fusión de las epífisis con la diáfisis. En la determinación de la edad en adultos jóvenes además se consideró la osificación de la apófisis esternal, de la clavícula, sacro y la aparición del tercer molar. Por último, para la asignación de la edad en los restos de los individuos adultos, se observaron los cambios que sufre tanto la sínfisis púbica como la superficie auricular propuestas por Todd (en Meindl y Lovejoy 1989) (ver cuadro 1).
La cronología se estimó con base en los materiales culturales asociados, cuya temporalidad abarca desde finales del siglo XIX hasta principios del XX. Este fechamiento podrá corroborarse con mayor precisión por medio del análisis químico4 , en proceso, de los restos óseos.
Materiales arqueológicos y culturales
Este apartado se refiere a los materiales que fueron recuperados durante las excavaciones en el sitio de Uaymitun, que consistieron en fragmentos de madera, cerámica, clavos de hierro, así como botones de hueso y nácar entre otros.
El único fragmento de cerámica recuperado fue un borde de plato evertido al exterior con terminación festonada de 22 a 24 cm. de diámetro aproximadamente. Dicho borde presenta una decoración impresa por transferencia bajo el vidriado consistente en diseños florales en color lila (507 C de acuerdo a guía Pantone) limitados en la parte superior por una línea en el mismo color. Esta decoración corresponde al tipo cerámico “Flores Lila con Brillo Metálico” de la vajilla Loza Fina Blanca (Burgos, 1995:281-284) con una cronología que abarca desde fines del siglo XIX hasta principios del XX. Fragmentos de este tipo cerámico también han sido reportados en el edificio denominado “El Olimpo” en la ciudad de Mérida, en el exconvento de Mama y en la estructura denominada Itzamatul en Izamal, Yuc. (Observación personal, Burgos, 1993)
Otros elementos arqueológicos recuperados fueron botones de diferentes tamaños, fabricados con diversos materiales. Cabe mencionar que, en cierta forma, los botones son comúnmente hallados en las excavaciones de sitios históricos donde se realizaron actividades humanas, por ser parte de la vestimenta habitual de la época. En la bibliografía consultada básicamente se hace referencia a dos tipos de botones cuyas características están relacionadas con su funcionalidad; es decir botones que presentan perforaciones y/o los que carecen de ella como los de argolla.
Podemos señalar que el auge de éstos viene a la par con los cambios en las modas a través de los años. Los primeros botones eran de materiales naturales como concha nácar y hueso, entre otros. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, se amplió el uso de materias primas naturales para incluir maderas finas, las que originalmente fueron trabajadas a manos y más tarde por medio de máquinas (Schávelzon 1991:151). En 1840 se inventa el botón de vidrio y es a partir de esta época que se desarrolla una gran variedad de formas, a la vez que se emplean nuevos materiales en su fabricación, como la porcelana.
En el sitio de Uaymitún fueron recuperados 31 botones, de los cuales tres fueron manufacturados en concha nácar y los 28 restantes en asta, su forma es la convencional redonda y plana con tres o cuatro perforaciones circulares.
Los botones fabricados de concha nácar son elaborados a partir de conchas marinas uni o bivalvas que presentan el color típico del nácar (435 C a 437 C). Schávelzon (1991:151) menciona que generalmente esta clase de botones presenta sólo dos perforaciones debido a la fragilidad del material. Sin embargo, los hallados en las excavaciones presentan un tamaño variable desde 6 a 9 mm con un grosor promedio de 0.5 a 1 mm con cuatro perforaciones.
Schávelzon (1991:152) menciona que los botones elaborados de asta son generalmente más grandes e irregulares, aunque para finales del siglo XIX se llegaron a manufacturar botones con mucha precisión. Se utilizó como material de fabricación cuerno de vaca para los botones comunes y asta de ciervo para los de mejor calidad. También se manufacturaron de hueso de diversos animales, el criterio deseable es que tuvieran una coloración blanca.
No. Entierro
|
Tipo de entierro
|
sexo
|
Edad
|
Posición General
|
Posición del Cráneo
|
Orientación General
|
1
|
Primario
|
Masculino
|
>40
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
2
|
Primario
|
Masculino
|
20-25
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
3
|
Primario
|
Indeterminable
|
1.5-2.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
3a
|
Primario
|
Indeterminable
|
1.5-2.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Norte-Sur
|
3b
|
Primario
|
Indeterminable
|
4.5-5.5
|
----
|
----
|
----
|
3c
|
Indeterminado
|
Indeterminable
|
5.5-6.5
|
----
|
----
|
----
|
4
|
Primario
|
Indeterminable
|
5.5-6.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Norte-Sur
|
5
|
Primario
|
Indeterminable
|
6.5-7.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
6
|
Primario
|
Femenino
|
>50
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
7
|
Indeterminado
|
Indeterminable
|
18-23
|
----
|
----
|
----
|
7a
|
Indeterminado
|
Indeterminable
|
0-1mes
|
----
|
----
|
----
|
8
|
Primario
|
Indeterminable
|
0.
5-1.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
9
|
Primario
|
Masculino
|
>40
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
10
|
Primario
|
Indeterminable
|
0-1 mes
|
Decúbito dorsal extendido
|
----
|
Oeste-Este
|
11
|
Primario
|
Indeterminable
|
0-1 mes
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
12
|
Primario
|
Masculino
|
>40
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
12a
|
Indeterminado
|
Indeterminable
|
4.5-5.5
|
----
|
----
|
Oeste-Este
|
13
|
Primario
|
Indeterminable
|
1.5-2.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
14
|
Primario
|
Femenino
|
>50
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
15
|
Primario
|
Indeterminable
|
0.5-1.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
16
|
Primario
|
Masculino
|
>40
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
17
|
Primario
|
Indeterminable
|
5.5-6.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Occipital
|
Oeste-Este
|
18
|
Primario
|
Indeterminable
|
3.5-4.5
|
Decúbito dorsal extendido
|
Temporal der.
|
Oeste-Este
|
Cuadro 1. Distribución de entierros de Uaymitún, Yucatán.
Los botones de asta recuperados en las excavaciones varían de tamaño desde 8 hasta 16 mm, con un grosor de 12 a 2 mm. Además, cinco de estos objetos presentan como decoración un acanalado. Cabe señalar que uno de los botones con tres perforaciones tiene como motivo decorativo una línea de color dorado (874 C) en el filo del borde.
El entierro No. 6 que pertenece a una mujer, y el entierro no. 7 que corresponde a dos individuos, un adolescente y un infante, se encontraron asociados a pequeñas cuentas de vidrio (chaquiras) de color dorado (872 C y 875 c) las cuales formaron parte del ajuar funerario
Pacheco Cruz (1960:28) menciona que para finales de 1920 y principios de 1930 se percató de que entre los niños indígenas del territorio de Quintana Roo se vestían con traje de gala “…solamente para ceremonias supersticiosas… (así) …como religiosas, paganas,… (donde lucen) …un hermoso collar hecho con chaquiras i monedas antiguas…”. Estos adornos por lo general no eran utilizados por la mestiza yucateca, ya que ellas empleaban principalmente objetos de oro, como cadenas, aretes, rosarios, entre otros (Pacheco Cruz, 1960:29). En la actualidad no contamos con mayor información del uso de estos objetos durante el siglo XIX.
Fueron recuperados 21 objetos de hierro, de los cuales 20 corresponden a clavos o partes de ellos y un hacha. De acuerdo a Schávelzon (1991:205) los clavos a finales del siglo XVIII fueron manufacturados con moldes en los cuales se vertía el hierro fundido. Con el perfeccionamiento de las técnicas a través de los años se inició la producción de clavos forjados, los cuales eran cincelados a crisol. En ocasiones se logran apreciar pequeñas marcas producidas por el martillo, el perfil de los clavos era cuadrado y a veces rectangular e irregular, haciéndose más delgado en la punta, de cabeza en forma de pirámide truncada. Estos clavos fueron manufacturados manualmente, pero en los últimos años del siglo XIX se inicia su reemplazo por los fabricados a máquina, lo que ocasionó que esta industria se desarrollara, produciendo piezas de mejor calidad y en mayor volumen. Se manufacturó una gran variedad de clavos, bulones, tachuelas, etc., no sólo para uso de la construcción o fabricación de embarcaciones navales, sino para las herraduras de las bestias, en puertas, cajas, así como para el uso de la industria del calzado, entre otros. Se sabe muy poco acerca del desarrollo artesanal en la época colonial en el sureste del país. Sin embargo, muchos artesanos manufacturaron clavos de las barras de fierro que llegaban a Nueva España.
Tenemos noticias de que en Yucatán estos objetos se importaron desde la primea mitad del siglo XIX, ya que lo constatamos a través de diferentes notas periodísticas en las que se menciona la variedad de mercancías que entraban por el puerto de Campeche. Entre estas notas se halla una donde se menciona que: “…el día 10 de N. Orleans,… (la) …Goleta Nacional Nueva Aparecida de 53 dos tercios toneladas… (trae) …40 galápagos de plomo, 12 cuñetas municiones, 14 barras de fierro de Suecia, 2 huacales de loza, 4 cuñetas de clavos de fierro…” (El Fénix, 20 de noviembre de 1849).
Son pocos los trabajos arqueológicos en la península de Yucatán en los cuales se han reportado artefactos como clavos, tachuelas, bulones, etc. Uno de ellos es el realizado en las criptas de la Catedral de Campeche (Benavides y Zapata, 1991). Por desgracia no se cuenta con muestrarios suficientes para hacer una tipología de estos objetos, pero a medida que las excavaciones aporten mejores ejemplos podremos contar con una muestra más amplia y quizá asociada a múltiples funciones, ya que en Uaymitún sólo se reportaron clavos que se utilizaron en la fabricación de ataúdes.
Entre el material de hierro recuperado también se halló un hacha asociada al entierro No. 12 perteneciente a un individuo de sexo masculino. Además de no presentar marca de fabricación es difícil, a simple vista, identificar la procedencia de ésta, debido a que se encuentra bastante erosionada. Desde mediados del siglo XIX se estableció en la ciudad de Campeche una industria llamada “La Aurora” que había importado maquinaria para producir objetos de hierro (Mollet, 1994ª: 10-14). No podemos aseverar que esta pieza hubiera provenido de dicha industria o de alguna otra región.
También se recuperó un fragmento de madera de cedro pintado (Cedrela Mexicana) que formaba parte de un ataúd y que probablemente correspondía a la parte de los pies. Ataúdes de forma de triangulo truncado eran muy comunes en el período colonial. Sin embargo, hay autores que piensan que estos féretros se siguieron utilizando hasta finales del siglo XIX. Fueron hechos comúnmente de tablones de madera de cedro o pino unidos en las partes laterales; así como en el fondo, las tapas de las cajas podrían ser lisas o con una superficie de tres caras (Márquez y González, 1985:31). Las tablas que los componían se ensamblaban a partir de caja y espiga, unidas con algunos clavos de hierro forjado (Oliveros, 1990:31). Además algunos se han encontrado decorados con pintura de agua y base de cal (en técnica de pseudofrescos) con diferentes motivos y colores de acuerdo al sexo y/o edad de los finados (Oliveros, 1990:33).
Hansen y Bastarrachea (1948:309-310) mencionan algunas costumbres funerarias en Yucatán a finales del siglo XIX, donde nos dicen que a las personas casadas se les entierra en ataúdes de color negro y a las señoritas, en cajas de color blanco. El color de los ataúdes empleados para los jóvenes solteros de clase media y alta era, de preferencia, también el blanco.
El fragmento de madera recuperado en las excavaciones fue de 18 cm. de largo por 23 cm. de ancho, y presenta un diseño de “X” de color blanco grisáceo (414 C) sobre fondo negro (419 C), y se halló asociado al entierro no. 12ª que corresponde a un individuo cuyo sexo desafortunadamente no fue posible determinar. Sin embargo, Oliveros (1990:33-61) menciona entierros en estado de momificación de finales del siglo XVI hasta del siglo XIX, provenientes de la iglesia de Tlayacapan, Morelos, donde se recuperó un féretro con decoración de una “X” similar a nuestro fragmento de ataúd. Los colores que presentan los ataúdes de los niños y adolescentes, en Tlayacapan, Morelos, generalmente son fuertes: azul, amarillo, café, verde, rosa y rojo. Del mismo modo se recuperó en Uaymitún, en el entierro no. 18, fragmentos de pigmentos de color rojo que están asociados con un sepelio infantil.
Cabe apuntar que, en general, nuestros entierros están dispuestos en forma extendida con las manos situadas sobre el pecho y el abdomen y los pies orientados hacia el este. En diversos sitios históricos se han reportado varios con esta misma disposición, y están ligados a costumbres funerarias cristianas, por lo que probablemente los de Uaymitún hagan alusión a dichas prácticas (Jones y Kautz, 1985:150; García, 1995:93; Sarakin, 1995:22) (Ver cuadro 1, plano 2).
Resultados y discusión
El análisis comparativo morfológico realizado 5 (cuadro 2) mostró que los individuos de los entierros 9, 12 y 16 presentan una afinidad biológica muy estrecha que los diferencia del tipo físico maya, en contraste con los individuos 1 y 2. E individuo del entierro No. 1 tiene una mayor afinidad con restos óseos procedentes del centro de México. Sin embargo, se debe mencionar que el individuo No. 2 presento una mayor similitud con restos óseos de grupos mayas autóctonos.
Agrupamiento de individuos con afinidades biológicas
(Perfiles realizados con el craneógrafo)
Los indices utilizados son: 7del cráneo; craneal horizontal, medio de altura, vértico longitudinal, vértico transversal, frontopariental, frontal transverso, agujero occipital; dos faciales: facial total y gnático de flower. La matriz de correlaciones se diseñó con los valores medis de la muestra y el cálculo de los componentes principales se realizó con los programas SYSTAT, en versión 5.0.
Cuadro 2. Componentes principales según indices craneales y faciales masculinos.
Otro aspecto que se intentó evaluar fue el relativo a las condiciones generales de salud de este grupo de individuos. Aquí, como en cualquier sociedad del pasado, nos enfrentamos generalmente a una ausencia de información, puesto que sólo tenemos huesos sin partes blandas, lo que imposibilita medir cambios fisiológicos directamente. Por lo tanto, debemos recurrir a indicadores secundarios que hayan dejado huellas sobre los huesos. Esto permitiría evaluar las condiciones de vida de los individuos estudiados y su capacidad de adaptación (Goodman y Armelagos, 1991:51).
Grafico 1. Componentes principales según índices faciales y craneales masculinos.
Estos indicadores, denominados de estrés específicos sobre huesos son lesiones traumáticas y degenerativas así como afecciones dentales de las que se han identificado sus posibles causas. Los restos óseos de Uaymitún que presentaron afecciones relacionadas con los indicadores ya mencionados, se pueden agrupar según el tipo de éstas: las que se refieren a procesos generativos producidos por causas exógenas, como por esfuerzos continuos, con tendencia a expresarse con mayor intensidad a través de la edad, por ejemplo, las enfermedades osteoarticulares. Aquéllas ligadas a procesos inflamatorios que afectan con mayor frecuencia al cráneo y a los huesos largos. Aunque su mayor incidencia es en éstos últimos, en cuyo caso afecta porciones bien circunscritas de la diáfisis, frecuentemente provocadas por golpes (Jaén, 1977:359) y/o períodos de fiebres constantes (Josefina Bautista, 1996 comunicación personal).
El primer grupo de enfermedades osteoarticulares ataca a casi todas las articulaciones y muy especialmente a la columna vertebral, en la cual se presentan los cambios más notables. Las características son: presencia de rebordes festonados en la vértebras, los cuales varían desde pequeñas protuberancias que se proyectan más o menos horizontalmente, hasta un reborde orlado que se expande hacia fuera y en dirección de la vértebra subyacente o suprayacente, dándole al cuerpo vertebral la forma de un hongo. A esta condición se le conoce como osteofitosis, la cual se presenta con mayor frecuencia en la región lumbar y con menor incidencia en la cervical (Morse, 1969:23).
Nuestro análisis; así como las observaciones morfoscópicas y radiológicas arrojaron los siguientes datos:
Entierro No.
|
Sexo
|
Edad
|
Patología
|
1
|
M
|
Más de 40 años
| Osteofitos en 5ª, 4ª y 3ª vértebra lumbar Periosititis |
6
|
F
|
Más de 50 años
| Osteofitos en 5ª, 4ª y 3ª lumbar |
9
|
M
|
Más de 40 años
| Osteofitos en 5ª y 4ª lumbar. Periosititis |
12
|
M
|
Más de 40 años
| Osteofitos en 5ª y 4ª lumbar |
14
|
F
|
Más de 50 años
| Osteofitos en 5ª , 4ª y 3ª lumbar |
cuadro 3. Estan señalados sólo las vértebras con grado de severidad más grave.
0= ausencia, 1=ligera, 2=regular 3=severa.
Todos estos sujetos corresponden al grado 3.
Vertebras Lumbares que presentan osteofitos
Entierro No. 1. Sexo Masculin
Aún cuando no se conoce con certeza la patogenia de este tipo de afecciones, en general se cree que es un fenómeno degenerativo asociado a problemas de malnutrición, con mayor frecuencia presente en la senectud, que se acelera por la excesiva demanda funcional. Sin embargo, Trueta dice que la falta de actividad física puede también causar artropatía degenerativa (en Aergerter, 1978:623).
En nuestro caso tenemos a individuos adultos masculinos y femeninos con edades óseas que oscilan entre 40 y 50 años afectados por procesos osteoartríticos (entierros 1, 6, 9, 12 y 14), así como de periostitis (entierros 1 y 9).
Por otra parte, tenemos las afecciones sufridas en el aparato bucal. En efecto, pudimos constatar que los padecimientos principales que se presentaron fueron de orden infeccioso y traumático; como es el caso del entierro No. 1 con pérdidas antemortem de varias piezas dentales en el transcurso de su vida. El No. 12 con diversas fracturas ante-mortem y un grado severo de atrición dental en la mayoría de sus dientes y molares. El individuo número 6 presenta resorción alveolar en los molares 7 y 8, piezas que perdió en una etapa temprana de su crecimiento. Este sujeto femenino presenta un desgaste intenso del cóndilo derecho de la mandíbula, a tal grado que impedía que ésta se articulase adecuadamente con el maxilar. El entierro No. 14 corresponde a un sujeto femenino de más de 50 años, con una resorción alveolar total, tanto en el maxilar como en la mandíbula, aunque este caso podría ser debido a su avanzada edad.
En este mismo grupo encontramos individuos infantiles afectados por problemas de malnutrición como es el caso del entierro No. 3 que corresponde a un sujeto infantil, con una edad ósea estimada de 18 a 30 meses, el cual presenta un engrosamiento anormal en los húmeros derecho e izquierdo.
El marcador del conjunto de estrés indica que posiblemente estos individuos estén compartiendo una historia personal común de privaciones nutricionales, combinadas con esfuerzos severos, producto de la actividad laboral, todo ello aunado a condiciones malsanas. Esto último se refuerza con las fuentes históricas que señalan el continuo movimiento de trabajadores en esta región, abarcando la mayor parte de la zona costera y poblaciones aledañas; personal contratado para realizar jornadas laborales muy largas y en circunstancias de vida exiguas, sometidos a condiciones de humedad constante. Los restos de Uaymitún reflejan ciertas enfermedades ocupacionales, por ejemplo, los entierros 1 y 12 presentan comprensión severa en sentido longitudinal en el cuerpo de la quinta vértebra lumbar; más que ocasionado por las afecciones ya señaladas, posiblemente se deba a que estos sujetos estuvieron sometidos a esfuerzos físicos continuos que repercutieron gravemente en esta porción de la columna vertebral, así como ciertos accidentes traumáticos, como en el entierro No 6.
Padecimientos Bucales.
Entierro No. 12.
Sexo Masculino.
La presencia de estos indicadores está directamente relacionada con trabajo duro y largas faenas que provocan fatiga, lo que requiere un alto consumo de calorías; de no ser satisfecho, origina problemas de malnutrición, que se reflejan en la existencia del individuo, desde que empieza a trabajar a una temprana edad hasta convertirse en adulto. Esta insuficiencia se hace presente también en su descendencia (Laurell, 1988:401).
Estudios en poblaciones modernas señalan que durante los cinco primeros años de vida, los individuos son más susceptibles de adquirir distintas afecciones, las cuales algunas veces pueden ser mortales. Durante este lapso el sistema inmunológico aún no está totalmente constituido, aunque si constantemente contrae la infección logrará la inmunidad.
La distribución de edades en los entierros de Uaymitún nos revela que el mayor porcentaje de mortalidad, o sea un 65%, se presentó en individuos de 0 a 9.9 años de edad (Cuadro 4).
Por lo que podemos inferir que la población infantil en este sitio probablemente fue la más seriamente afectada por padecimientos relacionados con diversos factores de orden social y biológico, entre los cuales el inmunológico tuvo un papel preponderante ya que, como mencionamos, aquellos tienen su mayor incidencia en los infantes con edades entre 0 y 5 años. La mortalidad infantil es uno de los indicadores más sensibles para conocer las condiciones de salud de una población dado que el niño desde el nacimiento se encuentra expuesto a un sinnúmero de agentes ambientales que pueden afectarlo. Por lo tanto, esta variable se ha utilizado como marcador de las condiciones generales de vida.
Intérvalo de edad
|
Número de individuos
|
Años
|
Masculinos
|
Femeninos
|
Indeterminados
|
Totales
|
N
|
%
|
N
|
%
|
N
|
%
|
N
|
%
|
0-4.9
|
5
|
21.74
|
4
|
17.39
|
9
|
39.13
| ||
5-9.9
|
3
|
13.04
|
3
|
13.04
|
6
|
26.09
| ||
10-14.9
| ||||||||
15-19.9
|
1
|
4.35
|
1
|
4.35
| ||||
20-24.9
|
1
|
4.35
|
1
|
4.35
| ||||
25-29.9
| ||||||||
30-34.9
| ||||||||
35-39.9
| ||||||||
40-44.9
|
4
|
17.39
|
4
|
17.39
| ||||
45-49.9
| ||||||||
50-X
|
2
|
8.70
|
2
|
8.70
|
Totales
|
5
|
21.74
|
10
|
43.48
|
8
|
34.78
|
23
|
100
|
Cuadro 4. Distribución de individuos por intervalos de edad y sexo.
A través de ella se puede inferir aspectos relacionados con la alimentación, el medio ambiente y la incidencia de padecimientos, entre otros. De acuerdo con Mosley hay diversas variables que pueden influir en la mortalidad infantil, tales como: factores de fecundidad materna, contaminación ambiental, disponibilidad de nutrientes al feto y al niño (en Chackiel, 1984:178).
También se observa la presencia de dos individuos con edades óseas de 15 y 25 años; 4 sujetos masculinos con edades entre 40 y 50 años así como 2 femeninos con más de 50 años. Según Macfarlane (1982:191) y Walford (1969:35) a medida que las personas envejecen se vuelven más vulnerables y de todas las afecciones potencialmente mortales que pueden afectarlos, las infecciones por microorganismos son las más frecuentes: “…el patrón completo del envejecimiento es un reflejo de la mengua de la eficacia del sistema inmunológico…” (Macfarlane, 1982.101). A este determinante biológico cabe agregar las condiciones de vida bajo las cuales se desarrollaron los individuos. Por lo tanto, en los individuos de Uaymitún no sólo influyó la edad, sino también sus precarias condiciones materiales de vida.
De aquí que la distribución de edades que hemos obtenido de los restos de Uaymitún, posiblemente nos esté indicando la presencia combinada de un conjuntos de causas relacionadas con patologías infectonutricionales.
Grafico 2. Distribucion por edad y sexo.
Todo indica que los individuos de Uaymitún murieron al contraer una enfermedad infectocontagiosa. La cronología de los entierros concuerda con el brote de fiebre amarilla que se conoce, se suscitó entre los meses de octubre y diciembre de 1908, y fue reportada oficialmente en un peón yaqui en el rancho Uaymitún, que pertenecía al Sr. José Rosado (Padilla, 1995:146). Sin embargo, no se cuenta con información que nos permita saber si los otros trabajadores del rancho fueron afectados o no, ya que no fueron incluidos dentro del estudio de Padilla. Cabe apuntar que el Sr. Rosado fue propietario del rancho Uaymitún entre los años de 1906 y 1912, según consta en la escritura de compra-venta con fecha de 3 de junio de 1912 (A.N.Y. 1912, f.165-173).
No descartamos que la fiebre amarilla (vulgarmente conocida como “vomito prieto” o “vomito negro”) reportada en el rancho, probablemente haya infectado a otros peones convirtiéndose en un problema epidémico, ya que las condiciones insalubres de la región eran propicias para la proliferación del mosco Aedes aegypti que es el principal transmisor de la enfermedad (Padilla 1995:142-143).
Los análisis químicos practicados a los entierros recuperados en Uaymitún reportaron la presencia de cal (Hidróxido de Calcio CaOH2), la cual no fue producto de una deposición natural6 , sino que fue adicionada intencionalmente a los cuerpos. Un ejemplo similar fue reportado en el ex cuartel de Dragones en Mérida, Yucatán. En este lugar, de acuerdo a las investigaciones se pudo comprobar que la presencia de cal se debió a que los individuos fueron víctimas de una enfermedad contagiosa que se convirtió en epidemia (Burgos, 1999:36-61).
Otro caso semejante es el reportado para personas que murieron por la viruela negra en Santa Elena, Yucatán, donde se menciona que “… el bulto se cubría con una cantidad considerable de cal viva para ayudar a eliminar el contagio…”. (Márquez y González, 1985:38).
Por los ejemplos anteriores se puede inferir que las personas cuyos restos se encontraron en Uaymitún también fueron víctimas de alguna enfermedad considerada contagiosa, ya que hubo un número significativo de osamentas que presentaron restos de cal viva.
Consideraciones finales
De la información arqueológica e histórica así como de los análisis morfológicos y osteopatológicos practicados a los entierros de Uaymitún, podemos inferir que presentan una cronología que abarca desde fines del siglo pasado hasta la primera década del presente siglo. Y que estos individuos probablemente fueran trabajadores del rancho, quienes se dedicaban a la explotación de la sal, la copra y la madera del mangle.
A través del análisis óseo se pudieron apreciar tres grupos con diferencias morfológicas, este hecho parece apoyar los movimientos poblacionales hacia las haciendas henequeneras yucatecas y los ranchos, desde el interior del país y aun del extranjero ya que hubo una necesidad de contratar mano de obra de bajo costo. Ha sido reportado un gran número de ejemplos de individuos y familias que eran traídas para trabajar en haciendas yucatecas, no sólo del interior del país como yaquis y huastecos, sino algunas veces de nacionalidad extranjera como coreanos. Un claro ejemplo es el mencionado en la nota periodística en La Revista de Mérida que dice: “…(En)…El vapor nacional Yucatán que fondeo últimamente, llegaron familias yaquis cuyo total fue de 209 individuos entre mujeres, ancianos y niños. Estas familias yaquis fueron destinadas al trabajo en las fincas de campo en nuestro Estado…” (6 de noviembre de 1900).
Los datos arqueológicos nos proporcionan evidencias de que por lo menos en cuatro entierros (nos. 11, 13, 15 y 18) se recuperaron clavos de hierro que formaron parte de cajas de madera o ataúdes. Esto sugiere que los deudos contaron con un tiempo razonable para poder conseguir los implementos necesarios para sepultar a sus muertos, pues de lo contrario hubieran sido enterrados en una fosa común, principalmente por el riesgo de contagio que constituía para los demás individuos del lugar. Además en los entierros Nos. 6, 7, 7ª, 9, 12, 15, 16 y 18 se hallaron botones que formaron parte de la vestimenta con que fueron inhumados, así en los individuos 6, 7 y 9 se reportaron cuentas de vidrio o chaquiras que probablemente conformaron collares o quizás bordados en la ropa. Mientras en el entierro No. 12 que correspondió a un individuo de sexo masculino de más de 40 años de edad se recuperó un hacha de metal. Cabe apuntar que este fue el único entierro donde se halló un instrumento de trabajo, lo que no podría indicar la actividad productiva que desarrollo en vida.
Los individuos enterrados en Uaymitún estuvieron afectados por una serie de factores de orden medioambiental y genético con los cuales vivieron desde su niñez. Un ejemplo de esto es el sujeto No. 1 que en vida sufrió de una anquilosis, en la articulación del cóccix en el coxal derecho e izquierdo, que debió haber afectado sus actividades cotidianas y capacidad de trabajo. Asimismo la malnutrición aunada a intensas jornadas de trabajo iba poco a poco mermando su vitalidad. Lo anterior, aunado a condiciones insalubres, creaba un ambiente propicio para la propagación de enfermedades infectocontagiosas que de acuerdo con información histórica se desarrollaron en diferentes lugares del estado, tales como la costa, a fines del siglo XIX y principios del XX. Cabe apuntar que la epidemia de fiebre amarilla reportada en el sitio para finales de 1908 (Padilla, 1995) fue una de las que más afectaron la costa yucateca.
El rancho Uaymitún no contó con un área destinada como cementerio, en tanto que algunas haciendas henequeneras tuvieron su propio camposanto, como fue el caso de Petcanché, y Uayalceh, entre otros. Los trabajadores del rancho Uaymitún que fallecían probablemente eran enterrados en pueblos cercanos. Para aseverar lo anterior contamos con información del registro de defunciones del puerto de Progreso, donde se asienta que: el 18 de junio de 1907 fue trasladado del rancho de Uaymitún, Feliciano Pech para ser inhumano en el puerto de Chicxulub (A.R.C.P. libro 37,1907:115). La presencia de entierros en Uaymitún abre dos posibilidades: la necesidad de enterrar a varias personas en un corto lapso de tiempo debido a la presencia de un proceso infectocontagioso; o bien, que hubiera existido un cementerio del cual no tenemos información.
Agradecimientos
La investigación arqueológica en la costa norte de Yucatán se pudo concretar gracias a la buena disposición del Servicio Médico Forense (SEMEFO) de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE); al Ayuntamiento de Progreso, así como a la colaboración de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán (FCAUDY) y el Centro INAH Yucatán.
Estamos en deuda con las Facultades de Química y Veterinaria las cuales colaboraron en la realización de los análisis de las muestras obtenidas en el campo. De la misma manera agradecemos al Dr. William Trejo, quien efectuó los estudios radiológicos de las osamentas.
También es menester mencionar a las arqueólogas Yoly Palomo y Silviane Boucher, así como a la historiadora Alejandra García Quintanilla, quienes aportaron sus valiosos comentarios al texto original. Al arqueólogo Leopoldo González por la realización de los dibujos, así como a Edward Montañez por efectuar el trabajo fotográfico.
Material publicado en: Temas Antropológicos, Revista Cietífica de Investigaciones Regionales. 2000 Vol. 22, No 2, Págs. 153-189.ISSN 1405- 843X.
Profesores-investigadores del Centro INAH, YucatánRegresar
Manuel Arias
Rafael Burgos
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