El huay k'ek'en
hubo un tiempo en el cual gente mala solía hacer rituales
malignos, como invocaciones al kisin, dar
nueve volantines de manera consecutiva a las doce de la noche, que convertiría
a éstos en animales terroríficos.
Mi abuelo fue protagonista de un hecho que a continuación escucharán:
Por las noches mi abuelo en su juventud, se reunía con sus amigos para
disfrutar lo que hoy en día nosotros los jóvenes llamamos LUZ Y SONIDO; sólo
que en aquel tiempo lo que hacía mover el cuerpo e impartía música era el
fonógrafo, a partir de las diez de la noche comenzaba el ambiente y al sonar el
último campanazo característico de la media noche todo terminaba, porque un
animal, grande por cierto y muy distinto a los marranos comunes, interrumpían
en intenso ruido del fonógrafo con un espeluznante grito, casi como el de los
marranos cuando tienen hambre, sólo que éste era más fuerte e intenso;
penetraba en los oídos y hacía que los corazones intensificaran aún más su
latir común.
Esto sucedía todas las noches, pero sin faltar una; hasta que un día mi
pariente y su amigo tomaron unas piedras y antes de la media noche se treparon
en un árbol que se encontraba por el camino por donde el cerdo por varias
noches seguidas cruzaba y ellos pretendían impactar las piedras en el cuerpo
del diabólico; sin embargo el miedo les ganó y además el monstruo cruzó como
alma que lleva el diablo y esto complicó aún más el supuesto susto que los
jóvenes pensaban darle. Al día siguiente por la noche, parecían estar más
decididos e hicieron lo mismo, se treparon en el árbol con piedras en las
bolsas y entonces, al mismo tiempo, al ver que el animal se aproximaba
arrojaron las piedras hacia el cuerpo del animal que velozmente cruzaba. Ambos
acertaron y el animal al sentir el proyectil no buscaba quién se las hizo sino
quién se las pague, así que la bestia se echó a correr entre los arbustos y
pisoteaba plantas, brincaba cercas, etc...
Con ello mi abuelo y su amigo pensaron haberse deshecho de la sombra del ser
demoníaco, pero la necedad del maligno era tan grande que por la noche
siguiente regresó al mismo lugar con su característico grito, los muchachos se
alarmaron, porque habían pensado que el cerdo embrujado no volvería a hacer
acto de aparición por esos rumbos. Y al amanecer siguiente mi abuelo consultó
con su padre ¿qué podré hacer? pero antes ya había contado lo que por noches
seguidas acontecía, mi abuelo al igual que los demás muchachos ya sabían que se
trataba de un cerdo embrujado (HUAY K'EK'EN) y mi bisabuelo le dijo que
comprara cartuchos nuevos y les hiciera una cruz a cada uno con una lima y que
por la noche coloque tres en su carabina y que cuando vea venir al mamífero
tire a matar y luego se quitara; y así lo hizo, dio en el blanco y el marrano
como pudo se fue. Mi abuelo y su amigo siguieron al cerdo por medio de la
sangre que el animal regaba producto del impacto de bala, sólo que al llegar a
la carretera se perdió la sangre y ellos no quisieron saber más
nada.
Al ir a desayunar a una fonda la hija del dueño llegó y le dijo a su
padre:
-¡Papá se murió don Tavo
Tavo era un viejo brujo que
residía desde hace años en aquel poblado llamado Opichen y al parecer nadie sabía si aún practicaba sus
brujerías.
-¿Cómo murió hija? -preguntó el señor.
Dicen que lo balacearon, dice su mujer que cuando llegó a su casa en la
madrugada tenía heridas de bala en su costilla y en la pompa izquierda.
-Contestó la mujer.
-¡Qué mala suerte hija! tan buena persona que parecía, ni modos así es la
vida.
Mi abuelo y su amigo supieron en aquel momento quién era el hombre maligno que
acechaba y asustaba a la gente por las noches de baile. Decidieron callar el
secreto durante un par de décadas y ahora cada uno lo relata como una anécdota
más de su juventud. Ellos dicen que si aquel animal te llegara a chocar no lo
cuentas más que en el hospital o quizás en el paraíso
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